José Luís Sampedro en su aportación al libro colectivo Reacciona, nos regalaba una de sus demoledoras verdades. Hablaba Sampedro de los desjustes de un sistema, que en palabras suyas mantenía la economía en el S. XVIII y el sistema parlamentario en el XIX. Hablaba Sampedro de un crecimiento disparejo entre el progreso técnico y el nulo perfeccionamiento de los individuos. Y como siempre tenía razón. Estamos ante el triunfo de una conciencia indecente. El capitalismo ha cambiado el modo de producción pero se basa en el mismo principio de explotación de siempre: unos cuantos, los más fuertes, saquean a unos muchos, los más débiles. Y esa conquista de libertades y de derechos civiles que en un principio significó el triunfo de la burguesía, aparece ahora como el peligro más grande para el sistema. Lo más sucio del último capitalismo, lo más innoble, ha sido sin duda desposeernos del espíritu humano. Si los desmanes de la primera Revolución Industrial tuvieron como efecto positivo la solidaridad entre trabajadores, la aparición de un humanismo auténtico y el nacimiento de la conciencia de lo justo y de lo injusto; el capitalismo de ahora, recoge los frutos de su mejor invención, el consumismo. Una gula atroz que devora recursos, pero que también devora conciencias, que convierte al ser humano en una parodia de si mismo y a demasiados trabajadores en siervos ignorantes que confunden enemigos. Se crean falsas necesidades y luego la competitividad hace el resto. Ahora ya no hay que buscar los monstruos en líderes fascistas, podemos encontrarlos en la parada del autobús, en el kiosco o en el supermercado. Sus comentarios llenos de faltas de ortografía y de ingratitud pueden escucharse con más frecuencia de la que queremos y podemos adivinar cierta sonrisa diabólica y complaciente ante noticias como la negación de la sanidad pública al emigrante ilegal. ¿Ilegal? La negación de la sanidad a un ser humano sin papeles, la peor de las noticias, grano de arena de un genocidio aséptico. Aunque no es la peor de las noticias. La peor de las noticias es que todavía haya alguien capaz de crearla y alguién capaz de aplaudirla.
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Pecados. Otto Dix, 1933 |
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