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jueves, 24 de octubre de 2013

LEE KRASNER, EL GENIO INVISIBLE








 Lee Krasner esposa de Jackson  Pollock y una de las principales representantes del Expresionismo Abstracto, fue una caso flagrante de mujer artista eclipsada por la figura gigante del esposo. Sin embargo, tan innegable es su labor en la contribución del éxito de quien se convertiría en uno de los pintores fundamentales del siglo XX, como su aportación a las bases del  primer movimiento de vanguardia norteamericano.

Una vocación temprana y una sólida formación

Krasner nació en 1908 en Brooklyn en el seno de una familia de emigrantes judíos de origen ruso. Ya muy temprano sintió el despertar de su vocación pictórica. Apoyada por un culto entorno familiar, inició su sólida formación académica en la Washinton Irving School, a la que siguieron sus estudios en la Women's Art School, en la National Academy of Desing y en la Art Studen League, donde fue discípula del mítico profesor de anatomía George Bridgman.

Lee mantuvo intacta su vocación a pesar de las circunstancias adversas. Ni siquiera la Gran Depresión de 1929 la alejó de la pintura. A pesar de las penurias económicas siguió pintando, sobreviviendo gracias a su trabajo de camarera. Su trabajo como modelo de otros pintores le permitió seguir conectada a los círculos artísticos.

A esta época de su vida corresponde la primera etapa de su obra, muy influida por las primeras vanguardias. Sus cuadros se llenan entonces de formas recortadas y de colores fuertes y vivos, que recuerdan inmediatamente al fauvismo de Matisse , pero también al Constructivismo y algo lejanamente, al primer Cubismo.

Expresionismo Abstracto

En 1937, Lee Krasner conoce al profesor Hans Hoffmann, hecho que marcaría un hito en su carrera como creadora. Hoffmann guió su trabajo hacia un nueva senda experimental y le condujo junto a otros artistas a la creación del Expresionismo Abstracto. Este movimiento de vanguardia, el primero que nacía en Estados Unidos, incorporó algunos aspectos del Surrealismo, como su vinculación con el subconsciente y con los estados anímicos del artista, abriendo una puerta para el automatismo que se concretaría finalmente con la aparición del Action Painting, técnica consistente en salpicar con pintura la superficie de un lienzo espontánea y enérgicamente.

Sin embargo, este movimiento que pretendía demoler las convenciones artísticas, encerraba en su interior, como afirma Andrea Fernández Alonso, un modelo mental absolutamente conservador misógino y discriminatorio, que negaba a la mujer su capacidad como artista. Las mujeres tenían vedado el acceso a la participación activa en los debates de la llamada Escuela de Nueva York, y el mismo Hoffmann consideraba un elogio para su alumna decir que sus mejores trabajos parecían realizados por un hombre.

Jackson Pollock

Sólo en este contexto puede entenderse la postura que Lee Krasner adoptó en su relación con Jackson Pollock.
Su participación en la exposición colectiva de la McMillen Gallery de Nueva York, le permitió conocer a este artista alcohólico y por entonces desconocido, que le deslumbró con su talento y con el que se casaría en 1945.
Desde ese momento, Lee Krasner consagró su vida al éxito de su marido. Utilizó sus contactos con artistas y críticos para promocionar su obra, luchó contra su alcoholismo e incluso le cedió su estudio, reduciéndose de este modo drásticamente su propia producción. Krasner, escondió su propio genio artístico y adoptó el rol impuesto por las estructuras misóginas del momento.

Esta mezcla de acto de amor y auto sabotaje convirtió a Lee Krasner en una desconocida que pintaba cuando podía en el salón de su casa, mientras su marido se convertía en el referente pictórico de la 2ª mitad del siglo XX.

De la oscuridad al reconocimiento

Tras la muerte de Jackson Pollock  en un accidente de tráfico en 1956, Krasner se encontró de nuevo a solas con su yo pictórico. En esta 2ª etapa de su obra su pintura se liberó del fantasma de Pollock. El gran formato de sus lienzos, así como el paulatino abandono de la abstracción que la alejaba de cualquier similitud con su marido, fue su modo de decirle al mundo que había recuperado su voz.

Sin embargo, ni su nombre ni su obra aparecerían en las primeras muestras retrospectivas del Expresionismo Abstracto. Invisible e ignorada, tuvo que esperar a 1965 para que la Whitechapel Gallery de Londres le rindiera merecido tributo y hasta 1973 para que Nueva York, la ciudad a la que ayudó a elevar a la categoría de capital mundial del arte, le rindiera homenaje con una retrospectiva, esta vez en el Whithey Museum.
Desde entonces, su nombre empieza a aparecer en los manuales de arte y, aunque tal vez demasiado lentamente, la historiografía paga su deuda con esta gran mujer y pintora, a la que debemos de modo directo e indirecto una parte del arte de la 2º mitad del siglo XX.

                                        













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